jueves, 26 de enero de 2012

La loca aventura del saber - Cap.2: No hay final para esta aventura


... Y así estaban las cosas en el mundo en el s.XIX, las oficinas de patentes casi por cerrar y todo lo que debíamos saber... casi sabido. El universo, un relojito en que todo efecto tiene una causa. Un universo determinista. Así parecía, por lo menos.

Y cuando ya podía ser el final feliz de la búsqueda del conocimiento, vinieron unos cuántos de esos que tienen demasiado tiempo libre y empezaron a preguntar preguntas que lo revolvieron todo.
Uno de esos individuos se llamaba Einstein. A los veinte años consiguió trabajo, en dónde? En una oficina de patentes! Quizá todo el esfuerzo de Einstein haya tenido como único objetivo el evitar el cierre de las oficinas de patentes y la consiguiente pérdida de su puesto de  trabajo... Si ése era su objetivo, no hay duda que lo cumplió.

Sea por la causa que fuera, Einstein se puso a cavilar sobre ciertos problemas relacionados con la teoría electromagnética, una teoría que es larga e incomprensible para la mayoría empezando desde su propio y largo nombre. Basándose en observaciones de otros físicos, entre ellos un tal Lorentz, Einstein llegó a una conclusión increíble. El tiempo no es constante, el tiempo percibido depende, entre otras cosas, de la velocidad a la que nos movemos!

Se imaginan lo que semejante afirmación hizo al prolijo Relojito del s.XIX?
Era el primer clavo en el cajón del determinismo. Bueno, no estoy seguro que haya sido el primero. Pero fue un clavo más, eso es seguro. Y no era el único, hubo muchos clavos más. El determinismo está, según la opinión de la mayoría, bien muerto.

Lo increíble es que aún el gran Einstein no pudo resignarse a la muerte del determinismo. Aunque fue su propio trabajo (que le valió el premio Nobel) una de las primeras pistas sobre el comportamiento cuántico de la materia, Einstein se negaba a aceptar tal teoría.
Es famosa la frase que Einstein utilizó para vapulear a la teoría cuántica: "Dios no juega a los dados". Parece que no conocía lo suficiente los hábitos de Dios. Para los físicos de hoy en día es indudable que Dios juega a los dados y a unos cuantos juegos más. Pero eso ya es tema para otro capítulo.

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